jueves, 17 de octubre de 2013

Historia breve del desarrollo poético en Puerto Rico

La poesía, se politizó para entablar una enconada batalla contra el inmovilismo, la enajenación e incluso el idealismo y la metafísica. La lírica fue el arma utilizada contra esa situación, de la misma forma que lo fue la narrativa, el teatro y el ensayo. El primer nombre, adelantado a la nueva generación y separado de ésta por su prematura muerte, fue Hugo Margenat (1933-1957), poeta grave e intenso que, pese a su juventud, supo vestir de decidida intencionalidad revolucionaria a su poesía con títulos como Lámpara apagada (1954) e Intemperie (1955). Poco después de su muerte, un grupo de universitarios de Río Piedras creó, en 1962, la revista Guajana como medio de expresión para su nueva lírica politizada, militante y comprometida; en ella se atacaba con decisión la estética (y se puede decir que la ética) burguesa, al ver al poeta como parte viva del pueblo y sentirse reflejados en la obra del español Miguel Hernández. Es evidente que cada autor tuvo su personal manera de afrontar dicho reto, pero, dado el carácter colectivo de su obra, sólo se citarán sus nombres. La nómina es la siguiente: Andrés Castro Ríos (1942), Vicente Rodríguez Nietzsche (1942), José Manuel Torres Santiago (1940), Wenceslao Serra Deliz (1941), Marcos Rodríguez Frese (1941), Edgardo Luis López Ferrer (1943), Ramón Felipe Medina (1935), Marina Arzola (1938-1976), Juan Sáez Burgos (1943), Edwin Reyes Berríos (1944) y Antonio Cabán Vale (1942).
Desde la misma perspectiva, y siguiendo los postulados revolucionarios ya consolidados del grupo anterior, fue fundada en Aguadilla, en 1967, la revistaMester, comprometida con el socialismo internacional y cuyo verso se nutre estéticamente de los principios artísticos que predica el credo marxista, lo que se traduce fundamentalmente en la oposición directa del poeta encerrado en su torre de marfil. No obstante, algo sí diferencia al anterior grupo de éste, y no es otra cosa que el respeto absoluto a la individualidad artística de cada escritor, basado en el principio de que se puede establecer un puente que una con armonía el compromiso político con la voluntad estética. Salvador López González (1937) fue uno de los poetas del grupo que, detrás de una base poética romántica y modernista, realizó una lírica que desde el pesimismo existencial evocaba el desaparecido mundo borinquense y lo contraponía a la dura realidad social; su obra se halla recopilada en los volúmenes Ecos del alma (1956) y Tierra adentro (1961). Por su parte, Jorge María Ruscalleda Bercedóniz (1944) es quizá el principal poeta del grupo; su temática está centrada fundamentalmente en la justicia social y en la humanidad que se está perdiendo, y está realizada con un verso polimétrico (aunque mantiene el patrón tradicional de la rima asonante) de gran intensidad dramática; su obra más característica es Prohibido del habla (1972). Iván Silén (1944), con sus obras Después del suicidio (1970) y Pájaro loco (1971), se muestra como un lírico original cuyos poemas en muchas ocasiones carecen de cohesión y de enlaces lógicos en su exposición, normalmente presentados con efectos rítmicos-fónicos en los que existe una ausencia total de reglamentación ortográfica; plantea en ellos el tema de la situación colonial como un suicidio colectivo, y centra su crítica en la hipocresía burguesa. Otro autor, Sotero Rivera Avilés (1933), reúne la mayoría de su producción en Cuaderno de tierra y hombre (1956-1973), publicado en 1975; su poesía se inspira fundamentalmente en la realidad de la tierra y del hombre de Puerto Rico, alejados ambos del criollismo meramente pintoresco. Por último, debe nombrarse a dos autores más, Carmelo Rodríguez Torres (1941) y José Luis Rosario Fred (1942), ambos con tan sólo un poemario en su producción.
A estos dos grupos hay que añadir un tercero que también se congregó alrededor de la aparición de una revista literaria, en este caso Palestra, fundada asimismo en 1967. Si bien durante los primeros momentos de su andadura esta revista se alejó del partidismo político, pronto se centró también en la lucha revolucionaria patriótica y socialista; los escritores del grupo entienden su obra poética como un arma de combate contra el capitalismo y la situación colonial que padece la isla. Tres fueron los poetas que dieron vida a la revista. El primero de ellos es Irving Sepúlveda Pacheco (1947), cuya poesía tiene un hondo compromiso humano contra las clases desfavorecidas y formalmente se ubica dentro del versolibrismo. El segundo es Ángel Luis Torres (1950), quien utiliza en su verso la vieja máxima de la literatura renacentista hispana del menosprecio de corte y alabanza de aldea, identificada con el pueblo de la Guayanilla y con la vieja capital de la isla, en contraposición con el imperialismo que sufre el país. Y el tercero de ellos, Juan Torres Alonso (1943), muestra una persistente inquietud ante la problemática social del hombre moderno.
Otros poetas han cultivado la temática de protesta social y política al margen de los tres grupos anteriores. El primero de ellos, Luis Antonio Rosario Quiles (1936), realiza esta protesta con un lenguaje que utiliza diversos recursos expresivos que, a modo de collage, y con un léxico inmerso en el habla coloquial vulgarizante, presentan al personaje de Víctor Campolo (en los poemarios El juicio de Victor Campolo, de 1970, y La movida de Victor Campolo, de 1972), de existencia esquiva, que quebranta sistemáticamente el orden civil establecido. Jacobo Morales (1934) utiliza una poesía hablada, casi narrativa, y por descontado versolibrista, para denunciar la pérdida gradual de los perfiles tradicionales del pueblo puertorriqueño ante el influjo cultural del mundo norteamericano, todo ello con un tono irónico y burlesco. Asimismo, Iris M. Zavala (1936) ha realizado una lírica antibelicista con un lenguaje de tintes surrealistas. Victor Fragoso (1944-1982), que residió en Nueva York desde 1966, también denuncia los conflictos bélicos así como el servicio militar obligatorio. A estos autores hay que añadir los nombres del español afincado en la isla Alfredo Matilla Rivas (1937) y el de Luz María Umpierre-Herrera (1947).
El movimiento de liberación femenina, desarrollado a partir de la segunda mitad de la década de los años sesenta, trajo consigo la aparición de un número notable de poetisas que denunciaron la situación de inferioridad en la que se hallaba inmersa la mujer de Puerto Rico, y para la cual sólo cabe luchar con una labor de interiorización que consiga encontrar la afirmación de la mujer como un ser humano con las mismas posibilidades que el hombre, y no un mero objeto sexual acosado por la sociedad. Líricamente, este postulado debe alcanzarse con una labor confesional y testimonial de profundización en la propia esencia femenina a través de una poesía íntima y sincera. Dos son las poetisas más destacadas de este movimiento revolucionario femenino, y ambas empezaron desde muy jóvenes su producción. La primera de ellas, Ángela María Dávila (1944), expresa esta inquietud desde la cotidianidad de la mujer en la isla y su modo de enfrentarse a la sociedad y al hombre, visto como un ?animal a la vez fiero y tierno?. La segunda es Megaly Quiñones (1945), quien presenta a la mujer como un ser sensible que es capaz de detenerse y vibrar ante el mundo desde la captación, a la par, del ojo objetivo y la abstracción. Además de ellas hay que destacar los nombres de María Arrillaga (1940), en quien se mezclan la esencia femenina con el anhelo y calor de la tierra nativa; Loreina Santos Silva (1933), de actitud intimista, muy preocupada por la esencia del ser humano y de la mujer en particular; Olga Nolla (1938), cuyo verso está impregnado de gran rebeldía y denuncia social; Rosario Ferré (1938), en la que se entrevé una disconformidad feminista, en clara disposición de supervivencia ante el ser masculino; y, por último, Mili Mirabal (1940), quien defiende abiertamente el derecho de igualdad de la mujer.

Ante este panorama poético de decidida crítica social, las voces poéticas que se encontraban, en mayor o menor medida, fuera de este movimiento, aunque importantes, quedaron un tanto eclipsadas. La mayoría son meras continuadoras de los postulados líricos de la anterior Generación del cuarenta y cinco. A continuación, y nuevamente por la necesidad de extractar toda la literatura isleña en un artículo de reducidas dimensiones, se dan los nombres de estos poetas para que quede constancia de los más destacados: Anagilda Garrastegui (1932), Jaime Vélez Estrada (1936), Jaime Luis Rodríguez (1933), Roberto Hernández Sánchez (1939), Reinaldo R. Silvestri (1935), Manuel F. Arraiza (1937), Adrián Santos Tirado (1936), Jaime Carrero (1931), José María Lima (1934), Clara Cuevas (1937), Edilberto Irizarry (1938), Arturo Trías (1947), Hjalmar Flax (1942), Ramón Figueroa Chapel (1935), Ernesto Álvarez (1937) y, por fin, Pablo Maysonet Marrero (1937).

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