La poesía, se politizó para entablar una enconada batalla contra el
inmovilismo, la enajenación e incluso el idealismo y la metafísica. La lírica
fue el arma utilizada contra esa situación, de la misma forma que lo fue la
narrativa, el teatro y el ensayo. El primer nombre, adelantado a la
nueva generación y separado de ésta por su prematura muerte, fue Hugo Margenat
(1933-1957), poeta grave e intenso que, pese a su juventud, supo vestir de
decidida intencionalidad revolucionaria a su poesía con títulos como Lámpara apagada (1954) e Intemperie (1955). Poco después de su muerte, un
grupo de universitarios de Río Piedras creó, en 1962, la revista Guajana como medio de expresión para su nueva
lírica politizada, militante y comprometida; en ella se atacaba con decisión la
estética (y se puede decir que la ética) burguesa, al ver al poeta como parte
viva del pueblo y sentirse reflejados en la obra del español Miguel Hernández.
Es evidente que cada autor tuvo su personal manera de afrontar dicho reto,
pero, dado el carácter colectivo de su obra, sólo se citarán sus nombres. La
nómina es la siguiente: Andrés Castro Ríos (1942), Vicente Rodríguez Nietzsche
(1942), José Manuel Torres Santiago (1940), Wenceslao Serra Deliz (1941),
Marcos Rodríguez Frese (1941), Edgardo Luis López Ferrer (1943), Ramón Felipe
Medina (1935), Marina Arzola (1938-1976), Juan Sáez Burgos (1943), Edwin Reyes
Berríos (1944) y Antonio Cabán Vale (1942).
Desde la misma perspectiva, y
siguiendo los postulados revolucionarios ya consolidados del grupo anterior,
fue fundada en Aguadilla, en 1967, la revistaMester, comprometida con el
socialismo internacional y cuyo verso se nutre estéticamente de los principios
artísticos que predica el credo marxista, lo que se traduce fundamentalmente en
la oposición directa del poeta encerrado en su torre de marfil. No obstante,
algo sí diferencia al anterior grupo de éste, y no es otra cosa que el respeto
absoluto a la individualidad artística de cada escritor, basado en el principio
de que se puede establecer un puente que una con armonía el compromiso político
con la voluntad estética. Salvador López González (1937) fue uno de los poetas
del grupo que, detrás de una base poética romántica y modernista, realizó una
lírica que desde el pesimismo existencial evocaba el desaparecido mundo
borinquense y lo contraponía a la dura realidad social; su obra se halla
recopilada en los volúmenes Ecos
del alma (1956) y Tierra adentro (1961). Por su parte, Jorge María
Ruscalleda Bercedóniz (1944) es quizá el principal poeta del grupo; su temática
está centrada fundamentalmente en la justicia social y en la humanidad que se
está perdiendo, y está realizada con un verso polimétrico (aunque mantiene el
patrón tradicional de la rima asonante) de gran intensidad dramática; su obra
más característica es Prohibido
del habla (1972). Iván Silén
(1944), con sus obras Después
del suicidio (1970) y Pájaro loco (1971), se muestra como un lírico
original cuyos poemas en muchas ocasiones carecen de cohesión y de enlaces
lógicos en su exposición, normalmente presentados con efectos rítmicos-fónicos
en los que existe una ausencia total de reglamentación ortográfica; plantea en
ellos el tema de la situación colonial como un suicidio colectivo, y centra su
crítica en la hipocresía burguesa. Otro autor, Sotero Rivera Avilés (1933),
reúne la mayoría de su producción en Cuaderno
de tierra y hombre (1956-1973), publicado en 1975; su poesía se inspira
fundamentalmente en la realidad de la tierra y del hombre de Puerto Rico,
alejados ambos del criollismo meramente pintoresco. Por último, debe nombrarse
a dos autores más, Carmelo Rodríguez Torres (1941) y José Luis Rosario Fred
(1942), ambos con tan sólo un poemario en su producción.
A estos dos grupos hay que añadir un tercero que
también se congregó alrededor de la aparición de una revista literaria, en este
caso Palestra, fundada
asimismo en 1967. Si bien durante los primeros momentos de su andadura esta
revista se alejó del partidismo político, pronto se centró también en la lucha
revolucionaria patriótica y socialista; los escritores del grupo entienden su
obra poética como un arma de combate contra el capitalismo y la situación
colonial que padece la isla. Tres fueron los poetas que dieron vida a la
revista. El primero de ellos es Irving Sepúlveda Pacheco (1947), cuya poesía
tiene un hondo compromiso humano contra las clases desfavorecidas y formalmente
se ubica dentro del versolibrismo. El segundo es Ángel Luis Torres (1950),
quien utiliza en su verso la vieja máxima de la literatura renacentista hispana
del menosprecio de corte y alabanza de aldea, identificada con el pueblo de la
Guayanilla y con la vieja capital de la isla, en contraposición con el
imperialismo que sufre el país. Y el tercero de ellos, Juan Torres Alonso
(1943), muestra una persistente inquietud ante la problemática social del
hombre moderno.
Otros poetas han cultivado la
temática de protesta social y política al margen de los tres grupos anteriores.
El primero de ellos, Luis Antonio Rosario Quiles (1936), realiza esta protesta
con un lenguaje que utiliza diversos recursos expresivos que, a modo de collage, y con un léxico
inmerso en el habla coloquial vulgarizante, presentan al personaje de Víctor
Campolo (en los poemarios El
juicio de Victor Campolo, de 1970, y La
movida de Victor Campolo, de 1972), de existencia esquiva, que quebranta
sistemáticamente el orden civil establecido. Jacobo Morales (1934) utiliza una
poesía hablada, casi narrativa, y por descontado versolibrista, para denunciar
la pérdida gradual de los perfiles tradicionales del pueblo puertorriqueño ante
el influjo cultural del mundo norteamericano, todo ello con un tono irónico y
burlesco. Asimismo, Iris M. Zavala (1936) ha realizado una lírica antibelicista
con un lenguaje de tintes surrealistas. Victor Fragoso (1944-1982), que residió
en Nueva York desde 1966, también denuncia los conflictos bélicos así como el
servicio militar obligatorio. A estos autores hay que añadir los nombres del
español afincado en la isla Alfredo Matilla Rivas (1937) y el de Luz María
Umpierre-Herrera (1947).
El movimiento de liberación
femenina, desarrollado a partir de la segunda mitad de la década de los años
sesenta, trajo consigo la aparición de un número notable de poetisas que
denunciaron la situación de inferioridad en la que se hallaba inmersa la mujer
de Puerto Rico, y para la cual sólo cabe luchar con una labor de
interiorización que consiga encontrar la afirmación de la mujer como un ser
humano con las mismas posibilidades que el hombre, y no un mero objeto sexual
acosado por la sociedad. Líricamente, este postulado debe alcanzarse con una
labor confesional y testimonial de profundización en la propia esencia femenina
a través de una poesía íntima y sincera. Dos son las poetisas más destacadas de
este movimiento revolucionario femenino, y ambas empezaron desde muy jóvenes su
producción. La primera de ellas, Ángela María Dávila (1944), expresa esta
inquietud desde la cotidianidad de la mujer en la isla y su modo de enfrentarse
a la sociedad y al hombre, visto como un ?animal a la vez fiero y tierno?. La
segunda es Megaly Quiñones (1945), quien presenta a la mujer como un ser
sensible que es capaz de detenerse y vibrar ante el mundo desde la captación, a
la par, del ojo objetivo y la abstracción. Además de ellas hay que destacar los
nombres de María Arrillaga (1940), en quien se mezclan la esencia femenina con
el anhelo y calor de la tierra nativa; Loreina Santos Silva (1933), de actitud
intimista, muy preocupada por la esencia del ser humano y de la mujer en
particular; Olga Nolla (1938), cuyo verso está impregnado de gran rebeldía y
denuncia social; Rosario Ferré (1938), en la que se entrevé una disconformidad
feminista, en clara disposición de supervivencia ante el ser masculino; y, por
último, Mili Mirabal (1940), quien defiende abiertamente el derecho de igualdad
de la mujer.
Ante este panorama poético de
decidida crítica social, las voces poéticas que se encontraban, en mayor o
menor medida, fuera de este movimiento, aunque importantes, quedaron un tanto
eclipsadas. La mayoría son meras continuadoras de los postulados líricos de la
anterior Generación del cuarenta y cinco. A continuación, y nuevamente por la
necesidad de extractar toda la literatura isleña en un artículo de reducidas
dimensiones, se dan los nombres de estos poetas para que quede constancia de
los más destacados: Anagilda Garrastegui (1932), Jaime Vélez Estrada (1936),
Jaime Luis Rodríguez (1933), Roberto Hernández Sánchez (1939), Reinaldo R.
Silvestri (1935), Manuel F. Arraiza (1937), Adrián Santos Tirado (1936), Jaime
Carrero (1931), José María Lima (1934), Clara Cuevas (1937), Edilberto Irizarry
(1938), Arturo Trías (1947), Hjalmar Flax (1942), Ramón Figueroa Chapel (1935),
Ernesto Álvarez (1937) y, por fin, Pablo Maysonet Marrero (1937).
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